lunes, 15 de julio de 2019

Leyenda Curi-Yacu

Cuenta la leyenda que Juan Antonio Pineda Panduro era un honrado agricultor que en su juventud se dedicó mucho a la caza. Una mañana pidió permiso a su mamá para ir en busca de venados; y luego que ella le puso en el morral una media docena de huevos cocidos y un par de plátanos maduros.
Es así, que partió hacia el riachuelo Cumbaza y siguió aguas arriba hasta llegar a la cabecera de dicho riachuelo, donde desembocan algunos arroyuelos. De pronto, vio unos pececitos dorados y con el ansia de cogerlos se fue siguiéndolos, pero los pececillos, como si adivinaran la intención del joven, se escabullían, dirigiéndose a una poza de agua oscura.
Pinedo descubrió con sorpresa, tendido en la orilla de esta poza, a un enorme toro negro y brillante, que babeaba algo de color amarillo. Y sobreponiéndose a la fuerte impresión, se propuso investigar de cerca.
El toro permanecía en el mismo estado y en el mismo sitio; se dio cuenta de que en el lugar donde caía la baba del animal había unas pepitas de oro. Contento con este hallazgo resolvió regresar a su casa.
Pero ni bien había caminado un trecho, se produjo un viento terrible, con truenos y relámpagos, impidiéndole seguir adelante. Pinedo, al ver que era imposible seguir caminando, optó por tirar las pepitas de oro al riachuelo; inmediatamente y como por encanto cesó la tempestad y el cazador pudo llegar a su pueblo.
Desde entonces ese riachuelo donde dejo las pepitas se llama Curi Yacu o sea río de oro.

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